sábado, 26 de junio de 2010

Entre abedules

Somosierra (Madrid), 19/06/2010


Con el recuerdo y el tarareo mental de una muñeira asturiana, un reel irlandés o un plinn bretón, me sumerjo en un pequeño rincón de la Sierra de Madrid a pasar la mañana para sentirme celta por un rato.

El abedular de Somosierra es junto con el Hayedo de Montejo uno de los lugares en los que podemos viajar a la Cordillera Cantábrica sin salir de Madrid. Y es que aquí se congrega una masa de abedules que quita el hipo, acompañada de una avellaneda que nada tiene que envidiar a las de cualquier soto asturiano.

La mañana es tranquila y fresca. Acompañado del trino de currucas, chochines y petirrojos, avanzo bajo los avellanos. Las sombras y el húmico suelo húmedo envuelven mis pasos :


Comienzo a ver los primeros abedules, que me saludan con sus troncos blancos característicos :

Abedules (Betula alba)

El susurro de un curso de agua comienza a hacerse más fuerte y la humedad del soto lo invade todo. Llego a un plácido rincón que divide a un lado el dominio de los abedules y al otro el de los avellanos :




Todos estos árboles han sido árboles mágicos y sagrados para los celtas. Uno no puede evitar imaginar las notas de un arpa o un tin whistle colándose entre la umbrosa vegetación.
Los bosques de este tipo pertenecen a lo que los botánicos llaman región eurosiberiana, en la Península Ibérica representada en toda la cornisa cantábrica, Galicia y en algunos puntos concretos de las mesetas, y caracterizada por un bosque cuyo comportamiento es muy distinto al mediterráneo. Aquí hay más humedad, hace más fresco, llueve en verano y hay más sombras. Así que las especies vegetales que encontramos aquí son muy distintas a los tomillos, jaras, coscojas o encinas típicas mediterráneas. Las hojas son más grandes, más verdes, más suaves al tacto y los frutos de las plantas suelen ser más llamativos y carnosos, para que los animales puedan verlos mejor y comerlos. La falta de luz es un problema en las zonas próximas al suelo y algunas especies se las ingenian para aprovechar cualquier resquicio de luz o incluso para desarrollar su ciclo antes de que los árboles situados por encima tapicen con su follaje el suelo de sombras. Este es el caso de la Hepática, una planta habitual en estos lugares :


Hepatica nobilis

Se llama así porque antiguamente, en medicina popular, se usó contra afecciones del hígado y para curar heridas y llagas. Aun así, recomiendo que se tenga mucho cuidado y no se utilicen estas plantas si no se tiene un conocimiento adecuado sobre ellas. Por ejemplo, muchas de las especies de esta familia contienen alcaloides (sustancias químicas muy activas) muy peligrosos que pueden producir grandes trastornos e incluso la muerte a partir de dosis pequeñas. Un buen truco, que el que sale a menudo al campo conoce, para ver especies que pueden ser venenosas consiste en ir a un lugar donde exista ganado pastando y ver qué plantas no han sido comidas. Sobre todo son sospechosas plantas tiernas (apetecibles para una vaca) que conservan una buena altura y porte, mientras que la vegetación de alrededor ha sido recomida. Es un buen ejercicio de observación en el que comprobaremos que la mayoría de las que sospechamos efectivamente son plantas venenosas.

Retomando la marcha, de vuelta, entre los abedules, me topo con un imponente Roble albar. Me sitúo debajo de él para contemplarlo :


Roble albar (Quercus patraea)

Después de quedar unos minutos absorto ante este anciano, comienzo a comprender por qué los celtas adoraban a estos árboles y los consideraban sagrados.

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